Se ha puesto de moda la expresión «gestionar las emociones». Se escucha con frecuencia en televisión, especialmente en programas considerados serios. Ha adquirido un aura de modernidad en el discurso piscológico. Pero, ¿qué significa «gestionar las emociones»? ¿Se refiere simplemente a autorregular o a «controlar»? ¿Es insignificante el cambio de palabra, pasar de «controlar» a «gestionar»? Creo que no.
«Gestionar» remite sobre todo al ámbito de la actividad empresarial o de la dirección de las administraciones públicas. Más allá de ser un político de derechas o de izquierdas, se reclama que los políticos sean técnicos, es decir, buenos gestores. El modelo es el empresario. Con ello se quiere delimitar un campo puro y objetivo. Pero ¿estamos seguros de que no hay ideología en esa superioridad del técnico, del gestor neutro? La máxima pretensión y apariencia de objetividad es la expresión de la ideología más naturalizada.
En la expresión «gestionar las emociones» ha tenido lugar un trasvase del campo empresarial y administrativo al de la psique humana. La psique funcionaría como una administración o una empresa que «hay que saber gestionar». Se trata de regular lo que entra y lo que sale. No debemos dejarnos llevar por las emociones, parece decir la expresión, no debemos salirnos del plato si queremos tener «éxito en la vida» profesional, personal, etc. El Yo pasa a auto-dirigirse como un empresario de sí mismo, un «Yo empresario», un «Yo marca». ¿Diremos lo mismo de los sentimientos? No sé si aceptaríamos tan fácilmente la expresión «gestionar los sentimientos». Un psicólogo, un experto se presenta y de pronto nos recomienda que «gestionemos el amor», o «gestione usted la compasión, por favor». El asunto de fondo es que la relación con el otro queda en un punto ciego. No hay emoción que no implique de algún modo el vínculo con los otros. Al focalizar la gestión de la emoción se neutraliza el sentido exterior, hacia el prójimo, de la emoción misma.
¿Y quién en mí gestiona? ¿Soy yo algo diferente a ese sentimiento que debería ser gestionado? En la expresión se condensa lo que Axel Honneth llama «autocosificación». Con ese término se designa la objetivación de nuestras vivencias como si fueran «cosas» separadas de nosotros mismos, cosas que observamos y manipulamos. No sólo se cosifican las relaciones humanas cuando vemos en las personas meros recursos o «capital humano», sino también cuando vemos nuestros sentimientos como algo que hay que aprender a gestionar para alcanzar el «éxito» en la vida.
Tendremos quizá que diferenciar entre emociones y sentimientos para poner límites al imperio retórico de la gestión. Emoción remitiría más a un asunto físico, una «reacción» corporal, un movimiento; mientras que sentimiento envía tanto a la percepción corporal como al «sentido» de una experiencia. En esa imbricación está su profundidad.
Creo que conviene reivindicar la palabra «experiencia» frente al énfasis fisicalista de una instancia mental que gestiona impulsos-emociones. «Tener experiencias» significa acoger y elaborar en un mapa de sentido antiguo un fenómeno o dato nuevos. Para ello se requiere tiempo. Sin rumiar la novedad no hay experiencia. Ese rumiar es acoger lo distinto, encontrar su sentido. La experiencia implica pensar, es decir, «pesar», sus-pender y so-pesar en nosotros, con tiempo, lo nuevo, interrogarlo, explorar sus sentidos. Sobre todo cuando la experiencia es tan novedosa que ya es difícil o imposible encontrar un orden según nuestras coordenadas anteriores. Eso son los acontecimientos, es decir, experiencias que nos cambian la vida. Esos matices están ausentes del aséptico gestor emocional.
Probablemente, la «gestión de las emociones» sea un buen santo y seña de lo que Walter Benjamin llamaba, en otro contexto, el empobrecimiento de la experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario