por José Alonso Morales
Yo no sé rezar el rosario,
pero sé relacionarme con un Dios Trino.
Desgrano padrenuestros por los campos entre siemprevivas.
Percibo el sonido salido de ángel a una mujer nazaretana.
Veo mi vida como un caleidoscopio a la luz del cristal del evangelio.
No me sé la letanía, eso es mucho para mí,
demasiados piropos y demasiadas interpretaciones.
Tampoco sé hacer el viacrucis. No sé exactamente el número de las estaciones ¿Son quince o catorce? No se me pega la jaculatoria “te bendecimos Cristo, porque por tu Pasión salvaste al mundo”.
Algunos piensan que no digo misa, y otros, hasta osan pensar que ni siquiera sé decirla.
En una ocasión saludé a un jefe político y me preguntó delante de un jerarca eclesiástico si aún era cura o me había secularizado. La carcajada del jerarca rompió el cristal de la transparencia del encuentro.
Pero sí he aprendido a rastrear presencias en los lugares más inusitados,
a olfatear los aromas de las presencias escindidas de lo infinito.
Estoy sintiendo siempre su troteo por mil ventanas, rendijas y puertas.
Se me han hecho familiares sus manos de terciopelo que deshilachan permanentemente el telar de mi existencia (últimamente hasta cuatro veces).
Lo que se hace importante no son los colores de las rosetas, sino el estar siempre reiniciando.
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