El miércoles 17 de Marzo, el movimiento de Profesionales Cristianos en colaboración con el Aula Manuel Alemán, organizó un foro-debate con el tema “Corrupción y corruptelas: mecanismos de injusticia”. En la mesa redonda participaron Francisco Pomares, periodista y escritor, Eligio Hernández, ex-fiscal general del Estado y abogado, Ana Margarita Rivero Pérez, coordinadora de Acción Social de Cáritas y Cristina Londoño Chavarriaga, responsable de análisis, concienciación y denuncia de Cáritas Diocesana. Es decir, se dieron cita tres perspectivas distintas sobre lo que llamamos corrupción, y se hizo verdad esa afirmación de que dependiendo del lugar desde donde se mire, la realidad que se muestra también varia. Intentaré exponer lo que considero fueron las aportaciones más sugerentes y novedosas que pueden ayudarnos a orientar nuestra acción sea personal, profesional o social.
Desde la perspectiva periodística, hay que decir en primer lugar, que no existe el periodismo neutral. La mirada ofrecida por Francisco Pomares plantea las dificultades que existen hoy para un periodismo crítico y comprometido en la denuncia de las injusticias. Vivimos “tiempos” donde prima el espectáculo sobre la información. En este sentido, los casos de corrupción sobre todo política, que conocemos gracias a la prensa, y que muchas veces es la propia prensa la que logra sacar a la luz estos casos sonados, pasan a formar parte de ese espectáculo mediático que alimenta ese hambre de entretenimiento y escándalo que parece predominar en estos tiempos. Hay que distinguir pues, entre la corrupción-espectáculo, sobre todo la relativa a tramas o personajes de la vida pública que utilizan la política en beneficio de sus propios intereses de poder (económico o social), y la corrupción-real, que nuestro periodista denominó corrupción sistémica. Esta tiene que ver, no tanto, con lo que podríamos llamar ética personal, sino más bien con una ética social o
cívica1. De tal modo que la corrupción habría que situarla en los criterios que en las instituciones públicas (gobiernos autonómicos, cabildos...) se utilizan para la elaboración de determinadas leyes, o en la distribución de determinados presupuestos. Pomares llamó la atención sobre como la clase política y la ciudadanía en general, vivimos en realidad de espaldas a esa problemática de empobrecimiento global, y es aquí donde hay que situar la auténtica corrupción. El desarrollo de una ética cívica que tenga incidencia en la orientación de las leyes sería el eficaz “antídoto” contra la corrupción. Mientras sigamos situando el problema de la corrupción en en terreno de la ética meramente personal, no estaremos avanzando en la dirección de la solución del problema. (Tomo como referencia un interesante artículo de la filósofa valenciana Adela Cortina publicado en Claves de la Razón Práctica, que lleva por título “Ética de la sociedad civil : ¿un antídoto contra la corrupción? N. 45, sept. 1994 , pp. 24-31).
Ana Margarita y Cristina Londoño de Cáritas, fueron las encargadas de ponerle rostro a eso que hemos llamado el empobrecimiento global. Nos recuerdan con bastante fuerza, eso que hemos dicho anteriormente de que lo que conocemos como corrupción no es más que la punta del iceberg del problema. El escándalo mediático no nos deja ver la realidad que se esconde de fondo. Los árboles no nos dejan ver el bosque. Las actuales leyes de asistencia social y de dependencia, por poner dos ejemplos, reducen hasta el extremo lo que debería ser una auténtica asistencia social, prevención, educación, socialización...
La perspectiva ofrecida por Eligio Hernández, la perspectiva jurídica, plantea que los problemas de corrupción que conocemos en los medios, no son más que el reflejo de algo que está poniendo en riesgo la convivencia democrática: lo que denominó la “judicialización de la política” o lo que sería lo mismo, la “politización de la justicia”. Son los mecanismos legales de control los que estarían fallando. Desde el punto de vista de Eligio Hernández, los medios de comunicación (la prensa) estarían actuando de pantalla amplificadora de una realidad que aparece como globalizada, provocando una sensación de pesimismo y poca credibilidad en la ciudadanía. Es verdad que existen casos de corrupción, pero son excepcionales y son conocidos y juzgados gracias a los mecanismos de control del propio sistema democrático. Si viviéramos en una dictadura, vino a señalar, no conoceríamos casos de corrupción simplemente porque no habría mecanismos para desentrañarla, para sacarlos a la luz y condenarlos.
A pesar de la divergencias de las perspectivas, todas las aportaciones vinieron a converger en un mismo punto: existe un horizonte de empobrecimiento global que debe actuar en última instancia como criterio fundamental de una ética ciudadanía a la altura de nuestros tiempos. Cuando hablamos de ética profesional, en el fondo estamos hablando de como nuestras profesiones contribuyen o no a la desaparición de esta situación de empobrecimiento global que tiene rostro concreto en nuestro entorno más inmediato.
En la parábola del Buen samaritano (Lc. 10, 25-37), tal y como nos lo recuerda nuestro amigo Pepe Alonso, el personaje del posadero cobra una especial relevancia, porque al fin y al cabo representa lo que hoy llamamos el “mundo profesional” (sanidad, educación, empresa...). En esa parábola hay una llamada: ¿Están orientadas nuestras profesiones al servicio de los que “han sido asaltados y están caídos, desnudos y medio muertos en el camino”? He aquí el reto.
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