SEPARAR LA PALABRA

por Daniel Barreto


Para hablar de su novela De tu boca a los cielos (Anroart Ediciones, 2007), el escritor José Carlos Cataño afirma: “se trata de la primera novela sefardí en la literatura española”. A primera vista se diría que alude a un detalle exótico. Pero no es eso, ni mucho menos. La afirmación se dirige, críticamente, a un objetivo muy claro. El olvido completo del mundo sefardí en la construcción cultural española durante cuatro siglos. Después de la expulsión y la persecución inquisitorial de los judíos hubo que esperar a la campaña española en África y la toma de Tetuán en 1860 para que los españoles escucharan su lengua, con ecos a la vez próximos y extrañamente distantes, en las juderías de Marruecos. Ese olvido secular significaba, de algún modo, una complicidad constante con la expulsión.

Por supuesto, este olvido no es sólo un asunto español. Atañe a Europa y Occidente. La amnesia europea al respecto apenas tiene fisuras. Nada más directo para comprender hasta qué extremos llega, que el libro de Christiane Stallaert, Ni una gota de sangre impura (Galaxia Gutenberg, 2006), que rastrea los paralelismos, ideológicamente ocultados, entre la terminología de la pureza en la España de la Inquisición y la Alemania nazi.


Escribir una novela sefardí como De tu boca a los cielos, aventura de una diáspora lingüística y amorosa, significa abogar por un modo alternativo de comprender la identidad que implica escribir en castellano. La opción por la acogida del extranjero en el cuerpo de la propia lengua. Más allá del viaje que emprenden los personajes, desde las comunidades sefardíes de Marruecos hasta Turquía e Israel, y del intenso erotismo que recorre sus páginas, el protagonista absoluto es la lengua de los sefardíes, el judesmo, en su modalidad norteafricana, la jaquetía, y en su variante oriental, denominada con frecuencia ladino.
Las voces sefardíes, que se adueñan de la novela y seducen tanto a sus propios personajes como al lector, supeditando a su pulso toda la narración, son acompañadas por frecuentes notas a pie que traducen las expresiones judeoespañolas de difícil comprensión. Sin embargo, la traducción aquí es secundaria. Lo que cuenta es la lengua híbrida que genera esta escritura. Antes de postular teóricamente una literatura mestiza, Cataño la practica en efecto.

Franz Rosenzweig, el gran pensador judío del siglo XX, comprendía la identidad del pueblo hebreo a partir de su excepcional relación con la ley, la tierra y la lengua. En vez de fusionar todas sus expresiones culturales en un cuerpo autoidentificado y dinámico (como formularon los románticos alemanes), el hebreo está reservado a la liturgia y la plegaria. Para el uso cotidiano, el judío adopta la lengua del país en que reside, la lengua del anfitrión. Pero esa palabra nunca será plenamente la suya. Una distancia, una separación envuelve el uso de la lengua de adopción. Aparece así un modo peculiar de servirse de ella. La distancia intrínseca a este empleo singular la llena de nuevos matices, modulaciones afectivas, humor e ironía. Surge entonces lo que los estudiosos llaman “judeolenguas”, como es el caso del yidis (que procede del término alemán jüdisch).

En el fondo, la descripción de Rosenzweig remite a la condición de exilio permanente, que habría sido característica clave del pueblo judío (al menos cabe estar de acuerdo con Rosenzweig hasta la creación del Estado de Israel en 1948 y la modernización del hebreo) y le permitiría un juicio ético, exterior, sobre la historia y la “gran” política. Y, justamente, la celebración locuaz y erótica del judesmo en la novela tiene que ver con la atracción que significa para Cataño una identidad que no coincide consigo misma. Una diferencia inscrita en el propio origen. Es la experiencia de desarraigo que activa buena parte de su escritura, también audible en su recopilación de ensayos, Aurora y exilio (La Caja Literaria, 2007), en la que su condición de escritor judío y “ultraperiférico” (nacido en Canarias y afincado en Barcelona) le lleva a afirmar como único territorio la “distancia y el tránsito”. La elección de la jaquetía es la salida que encuentra, como explica el propio escritor, a un aprieto lingüístico-identitario: no poder escribir en catalán sobre la ciudad en que vive, Barcelona, puesto que no es su lengua, ni encontrar fácil acomodo en usar su español de Canarias para hacer hablar a sus personajes en esa misma ciudad. Su respuesta, que sale libremente por la tangente, es el rescate y el recuerdo de un castellano de los márgenes de la historia: “Frente al cosmopolita, el desarraigado en la lengua. O lo que es lo mismo: el que se inscribe en una lengua apátrida” (Aurora y exilio, p. 52). Esa extra-historicidad guarda el secreto de un nuevo pensamiento de lo universal.

De tu boca a los cielos se publicó por primera vez en 1985 en Llibres del Mall, pasó como libro raro, inclasificable. La nueva edición, asumida por una editorial joven y prometedora, Anroart Ediciones, suprime un motivo misterioso sobre la ambigua autoría doble del texto e incluye un prólogo del propio Cataño, no menos misterioso, pero en otro sentido.

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