Por José Alonso
Los periódicos no hablan de otra cosa de una manera o de otra; los cines quieren cerrar, los taxis están anclados en las paradas, las rebajas se quedan sin vender, la lista del paro aumenta, los alquileres no se pagan…se invita a apretarse los cinturones cada día un punto. En el horizonte está la promesa que sólo durará unos tres años y que después volveremos a remontar.
Los periódicos no hablan de otra cosa de una manera o de otra; los cines quieren cerrar, los taxis están anclados en las paradas, las rebajas se quedan sin vender, la lista del paro aumenta, los alquileres no se pagan…se invita a apretarse los cinturones cada día un punto. En el horizonte está la promesa que sólo durará unos tres años y que después volveremos a remontar.
Se me va la imaginación a otros lugares y veo las pateras que arriban a nuestras playas cargadas de ojos desorbitados; pasan por delante de mi memoria extensiones de terrenos poblados de niños panzudos por el hambre, mujeres que hacen distancias con las cetas a la cabeza, cadáveres que se arrastran para alcanzar los rastrojos de árboles esqueléticos. El hambre, la desnudez, la enfermedad, la violencia racial, el olvido de los grandes de la humanidad azota áreas inmensas de la tierra. Esos no tienen el lujo de haber entrado en la crisis. Siempre han estado situados en la muerte y se han debatido entre más muerte o menos muerte.
Nosotros situados en la vida más o menos placentera, esperamos que dentro de tres años, quizá para el 2011 o en el 2012 comencemos a remontar y volvamos a los préstamos, a las compras, a superar el paro, a comprar más tecnología, a soltar el cinturón. Somos como unos cruceros anclados en el muelle esperando la voz de salida para navegar de nuevo en el mar de cierta abundancia o al menos, de la tranquilidad, de las corrientes de las cuentas. La crisis pasa a ser un momento malo, una mala noche, una espera. Olvidamos que hay lugares donde los barcos desvencijados, amarrados al dique de la muerte con el velamen desmantelado y los motores rotos, , jamás se lanzarán a la mar.
La crisis es una llamada a la solidaridad con los que no tienen este lujo de estar en crisis. Esta situación nos tiene que hacer volver los ojos y el corazón hacia los que están en la cuneta de la vida y apretarnos el cinturón no sólo para nosotros sino para compartir con los que están al borde de los caminos de la economía mundial. Podrá ser un grito contra un orden internacional injusto, contra una situación de muerte para gran parte de la humanidad y un aprendizaje de que el progreso no es indefinido, ni el bienestar sólo de unos sectores el objetivo final.
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