Un cuento de hadas contra la frialdad burguesa

Por Daniel Barreto


¿Cómo elaborar una imagen crítica de la psique burguesa con un cuento de hadas? El film El erizo (basado en una novela de M. Barbery), dirigido por Mona Achache, lo consigue. Versiones modernas del hada, el príncipe y Cenicienta anudan la complicidad de tres puntos de vista externos a la familia rica de un piso lujoso de París: la hija de doce años, Paloma; la portera gris del edificio (Renée Michel), y Kakuro Ozu, un educado japonés que acaba de llegar. Los tres harán causa común porque de algún modo son extranjeros en el edificio.

Paloma, niña singular que habla de psicoanálisis o de cultura japonesa, ha decidido suicidarse cuando cumpa 13 años. ¿Razón? No quiere reproducir el modelo de vida de sus padres. La intención en el fondo no es quitarse la vida, sino rechazar el ingreso en una vida vacía. El anhelo de una existencia distinta la lleva a criticar lo que Th.W. Adorno llamaba “la frialdad burguesa”. Antes de que llegue el día de su despedida definitiva, Paloma decide dejar testimonio del agujero en el que se ahoga su familia. Para ello graba con su cámara de video la cotidianidad doméstica: el narcisismo de la hermana, la depresión crónica de la madre, los encuentros frívolos y snobs con los invitados, etc. Todo ello sostenido por una línea divisoria que determina férreamente a quién se le permite entrar en casa y a quién no. Por supuesto, la portera no puede. Se diría que ella sólo existe como un mecanismo para determinados servicios. El padre de Paloma reconoce la conveniencia de respetar los horarios de trabajo de la portera. No se le puede dar órdenes a cualquier hora. Los derechos laborales son una conquista social. Pero el padre no sabe que eso no basta para disolver las fronteras entre las personas. Es necesario pasar del discurso abstracto del derecho y los valores republicanos a la calidez de la comunicación humana. Expresar ese paso es generalmente asunto del arte.

Por eso, al tiempo que graba con su cámara, Paloma pinta, dibuja, recorta para imaginar un mundo paralelo de formas humanizadas que sirvan de resistencia al mundo adulto. Paloma evoca así a la vez al artista rebelde que se niega a plegarse a los dictados de la sociedad de intercambio y al filósofo existencialista que no se traga el supuesto orden normal de las cosas. La película acierta cuando señala que la mirada del niño, a pesar de sufrir ya los embates de la industria cultural, todavía no ha sido plenamente asimilada en el carril de la apariencia, la competitividad y el privilegio de clase.

La portera es el otro punto de vista extranjero, el erizo al que remite el título. Su vida es insignificante para los vecinos de clase alta. Éstos ni siquiera saben cómo se llama la empleada. No cabe en la cabeza de nadie que pueda entrar en las viviendas particulares. Eso sólo resulta un escándalo a ojos de Paloma. Contra toda apariencia, Renée oculta en su humilde piso una formidable biblioteca en la que lee secretamente la gran literatura, especialmente a Tolstoi. Vive una relación con la cultura que está al margen de la distinción de clase y privilegio. Eso hoy es casi una utopía. Pareciera concebible sólo como una relación secreta.


El mundo solitario de la portera es convulsionado cuando alguien la llama por su nombre. El nuevo vecino japonés, un hombre rico ciertamente, pero ajeno a la indiferencia burguesa con los supuestamente "inferiores", la invita a su casa y la trata, por primera vez entre los vecinos, con suma atención y respeto. El extranjero trae una cultura, la japonesa, que se convierte en símbolo de una alternativa a los modos excluyentes que imperan en el edificio de lujo. Poco importa si se corresponde o no con la cultura tradicional japonesa. Lo relevante es señalar un punto externo al orden burgués.

Renée, Paloma y Kakuro mantienen un vínculo alternativo a la lógica del edificio. Sus relaciones son de respeto, confianza y complicidad. Kakuro Ozu ha visto lo que los otros vecinos prefieren ignorar. Es el príncipe del cuento que descubre en la portera, Cenicienta, un mundo interior extraordinario. Comparten entonces su admiración por la belleza del cine de Yasujiro Ozu y por la literatura rusa. Kakuro abre su casa a la portera. Y ello del modo más completo en que se puede abrir la casa a un visitante: para comer juntos. Paloma desempeña sin duda el papel de hada, rodea con su aureola los encuentros de Renée y Kakuro.

La portera tiene que luchar por salir de la insignificancia a la que la condena la división del espacio y de los cuerpos que determina la estratificación social. También eso es una lucha contra sí misma. Contra los ataques de vergüenza que la asedian cuando teme que el amor de Kakuro sea un mero invento de su soledad. Ahora bien, ¿lo hará para ocupar luego un puesto en la jerarquía de los escalones reconocidos? El film no responde a esta pregunta, y quizá ése sea su punto débil. Sólo Paloma da una pista cuando rompe las expectativas de sus padres y se empeña en anunciar: “de mayor quiero ser portera”. No para ocupar un lugar en los escalafones de importancia del edificio social, sino para buscar la oportunidad de escapar de cualquier modelo de exclusión. Esa escapatoria pasa siempre por un acontecimiento inesperado de comunicación.

El erizo (Le Hèrisson)
Francia, 2009
Dirección y guión: Mona Achache
Intérpretes: Josiane Balasko, Garance Le Guillermi, Togo Igawa
Música: Gabriel Yared
Producción: Le Films de Tournelles

No hay comentarios:

Publicar un comentario