¿Estamos de carnaval?

Gustavo Santana Jubells
Estamos en Carnaval, según algunos una de las principales fiestas de Gran Canaria. Durante estos días, algunos nos disfrazamos y nos permitimos el lujo de ser aquello que no podemos, o no nos atrevemos ser, el resto del año. Este es un tópico, que no por ser más repetido, es menos verdad.

Aparentemente es una época de libertad, de permisividad, del alteración del orden social. Ese suele ser el sentido de una fiesta, vivir diferente a como se vive normalmente. Sin embargo el carnaval, como fiesta, ha ido perdiendo fuerza y se va convirtiendo cada vez más en un espectáculo donde los participantes de convierten en espectadores y los organizadores en los actores que salen al escenario (del Parque Santa Catalina). La diferencia entra ambos conceptos es clara. Una fiesta es una celebración donde uno trabaja sin cobrar y se divierte sin pagar. Imaginemos que cobramos a un amigo por organizar su fiesta de cumpleaños, y que al resto de la pandilla les hiciéramos pagar la entrada. En una fiesta las diferencias sociales se ponen en entredicho y se suspenden temporalmente creando y renovando una identidad colectiva, un “nosotros” que ayuda a mantener la cohesión social.

El actual carnaval no se ajusta a ese modelo. Se ha convertido en un negocio y en un espectáculo donde todo está pensado para que se vea bien por la tele, no para divertirse. Efectivamente están los mogollones, y los chiringuitos, que en el fondo no son más que discotecas en la calle, donde los empresarios de la noche prolongan sus establecimiento durante estos días.
Hoy por hoy el carnaval no cuestiona el orden social. Por cuestionar ni siquiera las murgas mantienen su hiriente crítica frente a todo lo que está ocurriendo en Canarias. Declararse ganadoras del concurso es mucho más atractivo que poner en evidencia a los que detentan el poder. O tal vez el miedo a perder la subvención las ha domesticado. Nadie muerde la mano que te da de comer.

Pero es que de la quema (de la sardina) no se salvan ni las drag-queen, antaño reinonas indiscutibles de la inversión, la carne y el desorden, que constituye la esencia del carnaval. La gala se ha convertido en un montón de cuerpos depilados sobre andamios de juguete simulando ser artistas del Circo del Sol. El tedio y el aburrimiento se han instaurado aquí también y sólo la intervención de los votos populares, una nueva forma de negocio, ha permitido introducir ciertos elementos correctivos que se me antojan no serán suficientes.

Soy muy pesimista con respecto al futuro. Seguiremos haciendo grandes galas, los trajes de las reinas con cohetes en vez de ruedas y las drags buscarán nuevas formas de abrirse aún más. Seguiremos pagando el enriquecimiento de otros y no nos quedará otro remedio que emborracharnos y acabar tirados por las calles para olvidar, no sólo el resto del año, sino también nuestro carnaval.

Mientras esto llega, ¿o ya llegó?, yo he decidido no disfrazarme este año. Con este panorama vestirme de mascarita... me aburre.

1 comentario:

  1. Hola!!

    Coincido en este pensamiento sobre el carnaval, pero del carnaval en general, sino del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria.
    En otro carnavales como el de Agüimes, las murgas (hay 13 en el municipio) sí critican y dan voz a lo que nadie se atreve. El carnaval lo hace el pueblo (todo el que quiera puede participar en la organización), 2 amigos se pueden juntar y proponer a la organización presentar un acto, no hay que pagar por ver ni por participar en los diversos concursos populares que hay, el martes de carnaval los mayores del pueblo hacen tortillas de carnaval, arroz con leche y licores típicos artesanales para repartir durante el baile tradicional de mascaritas, ... No es perfecta, pero es una fiesta del pueblo que sale a la calle, donde por unas semanas, no hay diferencia social ni generacional, y que como dices, ayuda al fortalecimiento de la identidad colectiva y la cohesión social.

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