Alguien tan poco sospechoso de tener una teología oculta bajo su filosofía como Jürgen Habermas viene insistiendo últimamente en la necesidad de prestar atención a la religión en las sociedades que ahora llama "postseculares". No basta, dice Habermas, para insuflar vida a la democracia, el mero cumplimiento de la ley. La fuerza de las convicciones es un plus en la motivación y en la acción ético-política. Pues bien, ¿de dónde toman impulso esas convicciones que van más allá de la obligación de un contrato? Hay diversas fuentes, pero no todas son iguales. No es lo mismo comprometerse socialmente por "amor a la patria", por el cumplimiento de los Derechos Humanos, o por amor al prójimo y el seguimiento de Jesús. Conviene salvaguardar un amplio pluralismo de convicciones diversas, laicas y religiosas. Pero, sin duda, la sociedad perdería un fermento valioso de impulso moral si se obligara a la religión a refugiarse en lo privado.
Para orientarse en ese camino, es de gran interés asomarse a la obra de Jacob Taubes, especialmente a su libro, casi un testamento espiritual, La teología política de Pablo (Trotta, 2007). Sobre su lectura de la Carta a los Romanos dice el propio Taubes: «Leo la carta a los Romanos como legitimación y formación de una Nueva Alianza social, la ecclesia en devenir, frente al imperio romano, de una parte, y, de otra, frente a la unidad étnica del pueblo judío». Ahí la tradición monoteísta atesora una memoria secreta de fuerza para la liberación política. La reivindicación de "otro mundo posible", que queremos también se realice ahora en este mundo, no es ajena al recuerdo peligroso que guarda la Biblia. Sobre ello tiene mucho que decir Jacob Taubes.
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